Las mujeres con adicciones tardan en ir a tratamiento por miedo al estigma social

Las mujeres con adicción al alcohol, drogas o psicofármacos retrasan la decisión de recibir tratamiento por «vergüenza» y por «miedo al estigma social» y, cuando finalmente son tratadas, muchas lo ocultan a su entorno por el temor a ser rechazadas.

Estas son algunas de las conclusiones del estudio ¿Encuentran las mujeres obstáculos para acceder y mantenerse en los recursos de tratamiento de adicciones? Análisis de la situación actual, que ha recibido una de las tres becas de investigación que cada año concede el Instituto Vasco de la Mujer, Emakunde.

La investigación, elaborada por Nagore Oroz, Yolanda Cervero y Iosu Martínez, fue presentada ayer por las dos primeras autoras y por la directora de Emakunde, Izaskun Landaida, que destacó la importancia de este estudio para «visibilizar esta realidad oculta» y favorecer que las mujeres accedan a tratamiento con mayor celeridad.

El estudio constata que «el 100% de las mujeres» que no acceden a un tratamiento lo hacen por «vergüenza», una sensación que les lleva a intentar ocultar su adicción a sus allegados y consecuentemente a «prolongar muchísimo la situación» antes de pedir ayuda.

Hay otro factor muy repetido a la hora de retardar el acceso al tratamiento: muchas tienen la sensación de controlar su adicción y de ser capaces de dejarlo por sí mismas, por lo que creen que aún no ha llegado el momento de acudir a profesionales.

La desinformación sobre los recursos existentes, la «invisibilidad» de las mujeres adictas en un «imaginario colectivo» que sostiene que ellas no tienen este tipo de problemas y la «normalización del consumo» son otros elementos que retardan el acceso al tratamiento.

Las mujeres que finalmente dan el paso «se sienten mejor» porque notan que su salud mejora y se sienten capaces de mantener la abstinencia, pero también se encuentran con dificultades como que su entorno familiar no las apoya y «nadie les echa una mano» para cuidar a dependientes como niños y mayores, y al final muchas «priorizan el cuidado de otras personas antes que a sí mismas».

Además, durante el tratamiento «encuentran mucho machismo» ya que la mayoría de personas que reciben ayuda profesional son hombres (el 85%). «Eso no ayuda» porque en las sesiones de grupo «predominan los intereses de los hombres» y se relegan los de la mujer, relacionados con la maternidad, la sexualidad, el sentimiento de culpa y los trastornos alimentarios que muchas presentan.

Otros factores que dificultan la continuidad del tratamiento son la falta de coordinación entre los distintos recursos –las autoras han hablado incluso de «maltrato institucional»–, la incompatibilidad laboral y la falta de apoyo de la familia y la pareja, que en muchas ocasiones son también adictos y «no solo no facilitan (el tratamiento), sino que entorpecen».

Tras entrevistar a 127 mujeres de Gipuzkoa y a profesionales de los tres territorios (los resultados son extrapolables a Euskadi, según dijeron), las autoras proponen una serie de mejoras como trabajar con jóvenes y adolescentes de manera preventiva, publicitar los recursos existentes y darles «una perspectiva de género».

Ofrecer una atención telefónica «cálida», organizar grupos solo de mujeres, crear servicios de cuidado para dependientes e implicar a las familias son otras de las propuestas del estudio, que incide en la necesidad de avanzar en la detección precoz.

Las mujeres con adicciones se encuentran con dificultades para recibir ayuda a la hora

de poder cuidar a

personas dependientes

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