Alcohol, drogas, juego… las adicciones de los adolescentes

 

Eran las cuatro de la madrugada del pasado 7 de diciembre. Una patrulla de la policía local de Vigo encontraba a una joven de 15 años inconsciente, con signos evidentes de haber bebido. Tras avisar a los padres, la adolescente fue ingresada en un hospital. Policía y sanitarios repiten cada fin de semana y festivos la misma rutina; observan cómo muchos jóvenes beben sin control e intervienen cuando sufren intoxicaciones etílicas. Luego llega la llamada a los padres, unos progenitores que, en la mayoría de los casos, no dan crédito a lo que hacen sus vástagos. Porque todos piensan que son los hijos de los otros los que caminan dando traspiés, botella en mano, armando escándalo cuando cae la tarde.

Esos padres desconocen que el 60% de los menores ha consumido alcohol en el último año y que con 14 años la mayoría ha probado al menos su sabor. Así lo atestigua la Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España (Edades) de 2018, realizada por la Delegación del Gobierno del Plan Nacional sobre Drogas. La ley prohíbe su compra a los menores, pero ellos se las ingenian para hacerse con destilados de baja calidad. Algunos recurren a amigos o hermanos mayores para conseguir las bebidas, otros los hacen ellos mismos sin mucha dificultad.

Hace unos meses la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) realizó un estudio y llegó a la conclusión de que el 57% de los menores consigue que le vendan bebidas alcohólicas sin tener que mostrar ninguna documentación. Según el mismo estudio, en los bazares conocidos como chinos y otros pequeños establecimientos se hace la vista gorda con mucha facilidad, a pesar de que se enfrentan a sanciones por estas ventas.

Para poner freno a la situación, el anterior Gobierno del Partido Popular puso en marcha la Ley de Alcohol y Menores de Edad, la denominada ley antibotellón, cuyas bases fueron aprobadas el pasado mes de abril en la Comisión mixta Congreso-Senado para el Estudio del Problema de las Drogas. En el borrador se incluían, entre otras medidas, multas a los padres de los menores encontrados ebrios. Pero con el cambio de gobierno, el trámite de la ley está paralizado y depende de la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, que se agilice su trámite.

José Antonio Jiménez es médico jefe de guardia del Samur (el servicio de asistencia de urgencias del Ayuntamiento de Madrid) y cuenta que en su turno «es común acudir a la llamada de niños de 11 y 12 años que se encuentran mal porque se han emborrachado. De todas las intoxicaciones que se ven en jóvenes, las de menores de edad pueden alcanzar un 20%. De ellos, un 40% necesita hospitalización y en un 10% requieren una UVI porque presentan complicaciones graves como el coma etílico. El alcohol provoca daños orgánicos en muchos casos -no olvidemos que el hígado en esas edades no está bien desarrollado-. Lógicamente, cuanto antes se inician en el consumo, más fácil es que este se convierta en un problema crónico».

Hace 24 años que el doctor Jiménez entró a formar parte del Samur y en este tiempo ha observado varios cambios en la forma de consumo; el primero, que se ha disparado la ingesta en la calle. El segundo, la incorporación de las chicas: «Ahora no está mal visto que las niñas se emborrachen para desinhibirse, una actitud que provocaba rechazo hace años. Ellas por lo general son más precoces, también en el consumo de alcohol, y las intoxicaciones son más graves porque el organismo femenino tiene menos tolerancia a esta sustancia».

Según los últimos datos, que corrobora el jefe médico del Samur, una forma de consumo copiada de los países del norte de Europa, el binge drinking (atracón de alcohol) continúa extendiéndose entre los menores españoles. «Esto se produce por un fallo en la supervisión familiar. Hay que educar a jóvenes y mayores en el consumo responsable, hablar de ello en las escuelas y fomentar actividades lúdicas, como el deporte, que alejen a los más pequeños de los botellones. Y las autoridades deben ser mucho más duras al penalizar el consumo en las calles», concluye el doctor José Antonio Jiménez.

Otro dato preocupante revelado por la encuesta Estudes sobre consumo de drogas entre los alumnos de secundaria es el que se refiere a cómo se ha disparado el número de menores que fuman: nada menos que uno de cada cuatro, a pesar de que muchos han nacido ya tras la entrada en vigor de la ley antitabaco de 2006. Según el últimoEurobarómetro publicado sobre este tema, uno de cada cuatro europeos fumadores adquirió ese hábito entre los 15 y los 17 años, sobre todo en los países del sur del continente.

Según los responsables del estudio, esas alarmantes cifras se deben al bajo precio del tabaco, la falta de campañas de educación y el aumento del consumo de cannabis(porque conlleva mezclarlo con tabaco). Y es que también se está produciendo un repunte en el consumo de porros:el 14,3% de los menores de 18 años los han fumado en el último año, cifra que duplica al porcentaje de consumidores mayores de 45, que no llega ni al 8%.

Samuel (nombre ficticio para preservar su intimidad) llegó a un instituto público de Alicante con 12 años y enseguida se integró en el grupo de los alumnos más conflictivosde la clase. Durante las vacaciones de Navidad el hermano de uno de ellos compró tres botellas de vodka que se bebieron en poco más de una hora. La borrachera fue monumental y a partir de ahí los padres de Samuel comenzaron a vigilar lo que hacía su hijo. Pero dos años después bajaron la guardia y el chaval aprendió a disimular. No había cumplido los 15 cuando probó el primer porro y con él llegaron el absentismo escolar, la rebeldía en casa, la apatía… Hoy está ingresado en un centro de desintoxicaciónintentando rehabilitarse de sus adicciones. La terapeuta que lo trata, y que también prefiere mantener su anonimato, cuenta que se le parte el alma cuando ve «a la madre culpándose de no haber parado ese vicio a tiempo».

Detrás del caso de Samuel, como ocurre con tantos otros de menores consumidores, está la percepción del cannabis como una sustancia de moda desprovista de peligro, algo completamente equivocado. Un estudio realizado por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) afirma que el abuso de su consumo puede producir alteraciones del sistema nervioso comparables a la psicosis y la esquizofrenia; esto afecta especialmente a los más jóvenes.

Por su parte, la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción ( FAD) demostró que esta droga fomenta comportamientos violentos, causa pérdida de memoria, afecta negativamente al desarrollo educativo y favorece el fracaso escolar. Por último, en muchos casos supone la puerta de entrada para otras drogas, como la cocaína o el éxtasis.

Ana Montero, psicóloga clínica y directora del Centro Los Mesejo, donde tratan a jóvenes de entre 12 y 25 años con problemas de adicción, hace un retrato robot de estos chavales: «El perfil medio se corresponde con un varón de 16 años que acude por problemas relacionados con el consumo de cannabis y que, además, tiene poca conciencia del problema que sufre. Es la familia la que solicita nuestra intervención en muchas ocasiones». Estos pacientes requieren «una atención especial, porque se encuentran en la transición de la infancia a la madurez, en el proceso de descubrir y definir su identidad».

La pregunta que subyace es qué lleva a estos chavales a consumir drogas. Ana Montero asegura que se trata de una mezcla de factores: «La presión del entorno y la búsqueda de una satisfacción inmediata pueden contribuir a que los adolescentes abusen de determinadas sustancias».

Y esos mismos motivos, señalan los expertos, pueden derivar, si no se pone freno, en otras conductas potencialmente adictivas, como el abuso de las nuevas tecnologías.

Lo sabe bien Graciela, madre de dos chicos de 12 y 14 años. Hace meses que desaparecen en su habitación y pasan horas jugando al Fortnite, el videojuego de moda. Esta madre, como tantas otras, se pregunta cuándo debería empezar a preocuparse, en qué momento debe prohibirles que se acerquen a su ordenador o racionar las horas frente a la pantalla.

El 21% de los jóvenes utiliza internet de forma compulsiva

La respuesta es difícil, pero los expertos consideran que debería estar alerta, ya que el 21% de los jóvenes usa Internet de forma compulsiva, según la mencionada encuesta Estudes, y muchos de ellos se enganchan a la nueva plaga que arrasa entre los menores, la adicción al juego online: un 6,4% de jóvenes entre 12 y 16 años jugaron dinero a través de internet, y entre el 0,2% y el 12 % de los adolescentes cumplen «criterios de juego problemático», según este estudio. Porque, como explica la psicóloga Ana Montero, «ha cambiado el perfil de los jugadores, ahora son más jóvenes, con mayor nivel de estudios, y hay más mujeres».

Para combatir el problema, todos los expertos coinciden en que solo queda una vía, la de la prevención. Beatriz Martín Padura, directora general de la FAD, destaca que «para sensibilizar a los jóvenes hay que utilizar las vías por las que ellos se comunican, sobre todo las redes sociales, ya no valen las tradicionales. Por eso acabamos de poner en marcha el proyecto The Real Young, para dar voz a los adolescentes de tú a tú y en los entornos donde se mueven, que son fundamentalmente digitales».

En la misma línea, el recién aprobado Plan de acción sobre adicciones 2018-2020 presta especial atención a los menores de edad y pone de relieve «el importante factor de riesgo que supone la baja percepción del peligro por parte de los adolescentes frente al consumo de drogas, especialmente el alcohol y el cannabis, y manifiesta la necesidad de incrementar los esfuerzos por llegar a esta población a través de mensajes y canales creíbles y de gran calado».

Y mientras tanto, ¿qué pueden hacer los padres de los chavales que tienen la tentación a la vuelta de la esquina? Azucena Martí, delegada del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, considera que «las familias son el pilar básico para la prevención de conductas de riesgo y es cierto que muchas se encuentran ante encrucijadas y mensajes contradictorios en la crianza y educación de sus hijos. Es necesario el apoyo de toda la sociedad para cumplir con ese cometido preventivo y contribuir al desarrollo de competencias familiares, herramientas para hacer frente a esas encrucijadas».

En lo que la mayoría de expertos coinciden es en que los menores no deben recibir mensajes contradictorios (un discurso sobre lo malo que es el alcohol pronunciado con una copa en la mano) y en que hay que ofrecerles modelos de ocio alternativos.

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