En medio de tantas incertidumbres y sucesos nada agradables como los que se nos presentan a diario, se nos ocurre que esta es la ocasión, ante la finalización del año, para expresar nuestro reconocimiento hacia las tantas formas en que en nuestro país, en todo su territorio, en diversos ámbitos y con objetivos diferentes se hace presente eso que se conoce con el nombre de “voluntariado”.
Una actitud que es una consecuencia de ver el vaso o la botella, con la que a diario nos topamos en nuestro andar, invariablemente como “medio lleno”, en contraste a los que siempre encuentran la manera de verlo como semivacío.
No se trata quienes dan cuenta de esa vocación, de ser optimistas ni esperanzados, sino que vienen a expresar con su actuar la convicción de que en nuestras manos está la posibilidad de hacer el mundo en que vivimos un lugar más amigable, a lo que se suma el hecho que, participar en esa búsqueda, hace sentir mejor a quien la emprende.
Algo, esto último, que también es tanto o más importante que los resultados que obtengan con su labor, porque eso es lo que hace posible su salir de esa suerte de burbuja virtual en la que todos cada vez parecemos más encerrados. Algo que ocurre aun en las circunstancias en que por ejemplo a chicos y grandes se los ve amuchados, pero a la vez lejos de todos, enfrascados en atender y mover sus manos frente a los respectivos celulares. Aunque pensándolo bien, eso quizá no es diferente –lo que significa que no es ni mejor ni peor- que la de otros que ocupan su tiempo de una manera que resulta imposible de llenar, porque al hacer lo que hacen permanece vacío.
Habiendo, como hay, tantas cosas que están sin hacer, que esperan que alguien las tome en sus manos, y tantos en nuestro entorno necesitados de ayuda.
Por eso precisamente se hace necesario que aumente el número de personas que asuman el rol de “convocantes”, porque es hasta emocionante la cantidad de personas que se suman en torno a una meta que es de bien público, cuando el pedido de ayuda así lo merece y se lo plantea de la manera adecuada.
No está de más recordar a los que ya llevan a cabo tareas comunitarias de una manera voluntaria, y a los que se aprestan a ingresar en ese ámbito, que según viejos textos que se ocupan del tema, el voluntariado debe satisfacer estos requisitos:
*Ser desinteresado: el voluntario no persigue ningún tipo de beneficio ni gratificación por su ayuda.
*Ser bien intencionado: el voluntario persigue un fin y un objetivo positivo (buscar un cambio para mejor en la situación del otro) y legítimo (el voluntario goza de capacidad suficiente para realizar la ayuda y de cierto consentimiento por parte del otro que le permite que le ayude).
*Estar justificado: responde a una necesidad real del beneficiario de la misma. No es un pasatiempo ni un mero entretenimiento, sino que persigue la satisfacción de una necesidad previamente definida como tal.
A la vez en un mundo tan arrevesado como es el nuestro, se debe tener siempre muy presente que la acción del voluntariado puede venir a complementar la de los poderes públicos, pero nunca a reemplazarlos y menos a desplazarlos. El voluntariado complementa la labor de la administración pública y de los profesionales de la acción social, pero nunca los debería sustituir ni suplantar.
Una regla a la que no puede sin embargo asignársele el carácter de axioma, es una situación donde, como la que se da entre nosotros, se asiste a la “no-presencia” de un Estado por lo mismo ausente, que deja así un espacio que hay que llenar de alguna forma.
Algo que nos lleva de contrapunto a referirnos a lo que cabe considerar una corruptela que muchas veces los núcleos de voluntarios aparecen tentados de seguir; cual es que su organización de una forma más o menos inmediata o mediata, requiera la asistencia financiera gubernamental, muchas veces hasta en forma de exigencia.
Lo cual no quita, a su vez, que el Estado no ayude a voluntarios asociados que hacen lo que aquel no hace, o que lo haría de una manera menos eficiente y onerosa.
Algo que significa no otra cosa que distinguir la asistencia financiera – dicho en forma clara la asignación de subsidios- tenga que responder a un claro régimen de prioridades, y que deje de ser la magnificencia discrecional de gobernantes y legisladores saludando con sombrero ajeno; al fin y al cabo el dinero que ellos desparraman sin preocuparse en prioridades sale de los bolsillos de los contribuyentes.
Recursos muchas veces divididos en sumas irrisorias; tan es así, que resulta en ocasiones mayor el costo de la ceremonia y las fotografías, con las que se viene a dar fe de ese gesto de “buen” gobierno, que en ese acto se define.
Volviendo atrás, se podría concluir haciendo referencia a la necesidad de motivar e incentivar el voluntariado, en la medida que no solo la búsqueda de hacer el mundo más amigable lo mejora y nos mejora; sino que de esa manera a la vez se contribuye a crear y fortalecer vínculos con las personas y todos los componentes de nuestro entorno que fortalece –y hasta genera- ese indispensable sentido de pertenencia, echando raíces en el lugar en el mundo que cada cual pueda llegar a sentir –¿se puede esperar mayor buena ventura? –como propio.
Hacer una referencia especial a un grupo determinado de voluntarios no es lo más conveniente, dado que no solo la lista sería demasiado larga para incluirlos a todos los conocidos; de cualquier manera somos conscientes de la existencia de verdaderos diamantes en bruto, que entre las virtudes que los ennoblecen, la primera de ellas es esa humildad que los lleva a hacer invisible su labor cotidiana.
De cualquier manera, violando esa regla autoimpuesta, debe permitírsenos la mención de tantas agrupaciones de bomberos voluntarios, de tantos clubes cuyos integrantes los orientan a formar jóvenes sanos de cuerpo y también de espíritu, en el que no es lo menor el incorporar las reglas del juego limpio; sin olvidar tampoco la acción que despliega Caritas Argentinas.
Y quebrantando aún más la regla y en referencia a los grupos locales de voluntariado, debe permitírsenos que al reconocimiento que todos ellos merecen, la demos un nombre al mencionar a HODIMA, una asociación que en el Departamento Colón gestiona con loable y a la vez esforzada eficiencia un hogar para discapacitados mentales adultos.