Testimonio de Maribel y Antonio, nuestro compañero de LAR

Maribel y Antonio cuentan cómo se sostiene una pareja durante casi cuatro décadas cuando uno de los dos tiene una adicción al juego desde los 15 años

¡Maestro, maestro, tienes que escuchar esto, ha estado guapísimo! Los adolescentes corren por el pasillo, entre la incredulidad y la emoción por lo que han presenciado. Antonio, aún en el aula, resopla. Alivio y vacío. Acaba de soltar su historia, que no es solo su historia, es la de Maribel, la mujer que lleva 37 años con él, la que tuvo que esconderle dinero en una caja de sujetadores, la que vio cómo desaparecían 600 euros de la cartilla de sus hijos reservados para la universidad, la que con 15 años empezó a salir con un muchacho que la dejaba plantada por irse a jugar al futbolín. Esta no es la historia de Antonio y su adicción al juego. Esta es la historia de un matrimonio al límite.

«Tú has sido un ludópata desde que eras nene -le explica Maribel-, porque si ibas al salón recreativo y se te pasaban allí las horas muertas, eso es ser un ludópata». Maribel aún estaba en el instituto cuando empezó a salir con Antonio. «Yo lo esperaba todos los días y veía que no venía. Y pensaba, bueno, si no viene será que no quiere seguir saliendo conmigo, que no querrá atarse a una nena, que querrá estar con sus amigos».

 

Pero donde Antonio quería estar era en el salón de juegos. «Yo me gané un estatus allí, me creía que era alguien porque la gente venía en busca mía para batirse en duelo, era el tío a batir. El dueño me dejaba jugar gratis porque todos querían enfrentarse conmigo, el salón se llenaba. Yo no me gastaba un duro y encima ganaba, y por eso seguía jugando. En mi casa éramos cinco hermanos y mi padre era alcohólico, y todo el dinero de la casa se iba para el alcohol de mi padre, así que yo utilizaba el juego para sacar dinero».

Y así llegó la primera ruptura, una ruptura que parecía inocente, propia de dos adolescentes, seguida de una reconciliación: «Él me dijo que le perdonara y volvimos a salir como si no hubiera pasado nada, pero se fue a la mili, a Mallorca, y ahí no sé qué le pasó».

«Pues lo mismo», contesta.

«Es que volviste siendo otra persona. Yo no podía hacer nada. Todo lo llevabas a una pelea; si quedaba con mi madre para comprar, me decías que lo tenía que consultar contigo, y no estaba dispuesta a aguantar eso».

Segunda ruptura. Una ruptura madura, consciente, prolongada. Un año y medio de silencio, pero también de desconocimiento: «Volvió a buscarme, me pidió otra oportunidad, pero yo no quería, yo lo había pasado muy mal, pero en ese momento no sabía si jugaba o no. A lo mejor estábamos en un bar y el cambio que le daban lo echaba en una máquina, pero ya está. Yo no veía nada más».

La calma, la vuelta, oportunidad concedida, el efecto narcótico de la relación, Antonio se relaja, se adormece, empieza a estudiar, oposita, entra en la academia de la Guardia Civil, Baeza, 25 años, Maribel va a verlo todos los fines de semana, se aplaca, se casan. «Supongo que ahí no jugabas». «Sí jugaba, pero al futbolín». «Para que tú veas, cómo algo lúdico, el futbolín, que es para los nenes, puede activarte la ludopatía». «A mí lo que me metió en la ludopatía fue la competitividad, querer ganar en todo. Y que tuve la desgracia de que empecé a ganar dinero, y ya no sabes gestionarlo».

Nuevo viaje, traslado a Huesca. Nace su primera hija, Iris. La pesadilla se acerca. «Se me empiezan a perder cosas, una cadena, y él me dice que habrá sido la niña, que me la habrá quitado y la habrá tirado al váter». Otra mudanza, Huelva, la explosión. «Descubro en la guantera del coche cartillas, cuentas abiertas en otros bancos, se me cae el mundo encima, deudas, pero esto de dónde sale, se lo planto encima, lo reconoce». Piden un préstamo diciendo que van a bautizar al niño, Dani, que acaba de cumplir cuatro meses.

La adicción es un pozo infinito. Él cree que lo tiene controlado, vuelven a Córdoba, pero 20 euros le hacen caer. Ese día lleva el dinero exacto para comer, unos compañeros le invitan, no puede dejar de mirar al tipo que juega a la máquina, se está volviendo loco, es un jugador pasivo, echa los 20 euros. «A ver cómo voy a casa y se lo cuento». Lo esconde. «A mí nunca me lo ha dicho, siempre lo he descubierto yo».

Más años de secretos, de ocultar lo imposible, la cocaína, las borracheras, la autodestrucción, la tarde que casi se estrellan con el coche, volver y querer que estén todos durmiendo, los puñetazos a la pared, ella le coge miedo, le da un guantazo, él se lo devuelve, los hijos delante, se va de casa, cuatro días durmiendo en el coche, piensa en tirarse por un barranco, no sabe qué hacer, no le ve salida. Maribel le hace volver: «Me digo, si nos separamos, va a acabar en una cuneta o muerto o hundido del todo en el fango; ¿qué opciones tengo?».

La nueva vida. Antonio entra en una asociación, cambia de hábitos. La nueva vida es no entrar en ningún bar, no ir al cajero, no manejar dinero, llevar el justo, los tres euros del desayuno, ni un céntimo más. «Si yo le doy veinte euros para comprar algo, me trae el ticket». Evitar riesgos. Antonio aún tiene miedo de perder una factura, de que se le traspapele, de que le den un cambio mal, de no poder justificar un gasto a Maribel. «La confianza es un vaso que se rompe y tú puedes pegar los pedazos, pero no se queda igual». La nueva vida es rellenar el vacío que deja todas las horas invertidas en el juego, en montar tu mundo, tus mentiras, tu película; la nueva vida es encontrar una afición, es contarle todo a tus hijos, es empezar a andar de nuevo.

– ¿Y a ti te da miedo ver una máquina, Maribel?

-A mí me da asco.

-Es que nos ha hecho mucho daño.

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