Víctor Méndez Sanguos radiografía el tráfico y el consumo de opiáceos en el libro ‘Traficantes de la muerte. De la heroína al fentalino’ (Catarata), donde analiza los nuevos hábitos de los heroinómanos y la menor percepción del riesgo a sus efectos.
En el olvido se han quedado los robos a bancos y farmacias, plasmados en el cine quinqui de los ochenta, pero esa desmemoria también ha provocado que algunos jóvenes se enganchen a la heroína en pleno 2020. «Es un problema de desconocimiento, porque un chaval de veinte años no sabe lo que pasó entonces, cuando los muertos vivientes campaban por las calles», explica Víctor Méndez Sanguos, autor de Traficantes de la muerte. De la heroína al fentalino (Catarata).
El periodista pontevedrés también achaca el aumento de estos nuevos adictos a la banalización del consumo de drogas en la sociedad, causante del salto a la heroína. No se trataría de un yonqui al uso, sino de un fiestero o un toxicómano que mezcla sustancias con consecuencias en ocasiones letales. «Chicos que toman drogas psicoactivas como la cocaína y, para contrarrestar su efecto o para dormir tras una noche de marcha, se fuman un chino. El problema reside en que el poder de adicción es tan grande que a veces no hay retorno».
La investigación de Víctor Méndez Sanguos sobre el tráfico y el consumo de opiáceos en el mundo le ha proporcionado una tercera razón que explicaría estas caídas: la superproducción en Afganistán ha colmado el mercado de heroína. En todo caso, la cifra de consumidores se mantiene estable, porque muchos históricos se han ido al otro barrio. De hecho, un estudio de la Universidad de Cádiz indica que, entre 2008 y 2017, la tasa de fallecimientos por cada 10.000 habitantes se triplicó (de 1,25 a 3,8) entre los mayores de 65 años.
«Otros han ido aguantando con sus cuerpos devastados, aunque suelen fumar en vez de inyectarse y alternan la heroína con la metadona«, comenta el autor de Traficantes de la muerte, quien advierte de que cada año mueren en nuestro país más de mil personas a causa de los opiáceos, un 35% más que en 2008. Así, en el período citado, fallecieron 8.506, la mayoría entre 35 y 54 años, según el Instituto Nacional de Estadística.
¿Debería esta cifra llevarnos a pensar que han aumentado los consumidores? Quizás no haya una respuesta, pero sí un par de pistas ilustrativas. Por una parte, en menos de una década la tasa de muertes subió de 1,68 a 2,25. ¿Ha vuelto, pues, la heroína a España? «Yo no diría eso, porque nunca se fue. Simplemente, en su día bajó el consumo», razona Víctor Méndez. Por otra, «en los últimos años las incautaciones han aumentado ligeramente, según la Policía, si bien no se trata de un repunte escandaloso».
Ambos factores, sobre todo el segundo, podrían indicar que hay más caballo en las calles. No obstante, más que el número de consumidores, preocupa la cifra de fallecidos, debido a la combinación con otras sustancias como el MDMA y la cocaína. «El consumo de heroína representa un 5%, pero provoca el 60% de las muertes», advierte el periodista, quien añade que aquí todavía no inquieta el fentanilo, un opioide sintético que en Norteamérica provoca 50.000 fallecimientos al año. Su presencia en España, por ahora, es anecdótica.
Heroína y delincuencia
Muchos enganchados han dejado de dar palos porque el cuerpo ya no aguanta o porque han recurrido a la mendicidad para procurarse su dosis. Se mantiene, según el periodista del Diario de Pontevedra, el «perfil prehistórico del yonqui» que pide, pues solo necesita cinco euros para comprar una micra. Sin embargo, muchos —jóvenes y mayores— cometen pequeños hurtos, una «delincuencia de baja intensidad tolerada» que llama menos la atención que los atracos a mano armada del pasado.
Si exceptuamos a las bandas organizadas extranjeras, la mayoría de los delitos están relacionados con el consumo de estupefacientes, según la Policía. «La gran diferencia con respecto a los años ochenta es que en 2020 ya no se asaltan bancos, entre otras cosas porque en ellos ya no hay apenas dinero. Se produce un goteo de pequeños robos y hurtos en vehículos, viviendas o locales comerciales que no causan, por lo general, la alarma social de antaño», escribe Víctor Méndez en Traficantes de la muerte. De la heroína al fentalino.
«La heroína está detrás de buena parte de los asaltos nocturnos a establecimientos en busca del dinero de las tragaperras y las máquinas registradoras. Ahora no roban seis mil bancos bancos, pero sí entran en seis mil locales», afirma el también autor de Narcogallegos. Tras los pasos de Sito Miñanco (Catarata), que radiografiaba el tráfico de cocaína en Galicia y sus ramificaciones en América Latina, África y Europa.
Víctor Méndez considera que los niveles de delincuencia actuales son «inaceptables», al tiempo que recuerda que en ocasiones a los heroinómanos se les ha ido la situación de las manos o han recurrido deliberadamente a la violencia para doblegar a sus víctimas. «Hablamos de gente perdida a quien ya no le queda nada más. Primero empezó robando a su propia familia, luego pidiendo dinero en la calle y, al final, cometiendo hurtos o robos».
El cambio en los hábitos de consumo —ahora inhalada, en vez de inyectada— y la menor percepción del riesgo —los jóvenes no son conscientes de los estragos que causó en el pasado— son evidentes, aunque la «pequeña delincuencia» hoy en día pasa más desapercibida y no causa tanto temor, hasta que los delitos aumentan de golpe.
«La salida en libertad de tres o cuatro tíos que ya han pagado penas muy largas de cárcel por robos con violencia dispara la estadística, porque siguen consumiendo y necesitando dinero», advierte en el libro Emilio Rodríguez, jefe en Galicia de los Greco (Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado), quien concreta que estos «grandes picos» se dan en localidades con poca población.
El reportero de sucesos y tribunales del Diario de Pontevedra decidió escribir sobre el tema después de observar que el caballo seguía matando a jóvenes en su región. Para ello, se valió del testimonio de la Policía Nacional, la Guardia Civil, la DEA (agencia antidroga estadounidense), la Fundación Galega Contra o Narcotráfico, la Asociación Érguete y las propias víctimas.
Una investigación que le resultó más dificultosa que la anterior debido a que los opiáceos, según él, se han tratado menos que la cocaína. «En castellano no hay bibliografía sobre el tráfico y consumo de heroína en España y en el extranjero, por lo que tuve que recurrir a libros publicados en inglés», concluye Víctor Méndez.
Sin embargo, en nuestro país el polvo blanco ya había sido objeto de análisis en numerosas obras. Desde el clásico La conexión gallega, del tabaco a la cocaína (Ediciones B), de Perfecto Conde, hasta el más reciente Fariña (Libros del KO), de Nacho Carretero.