Francesc Perendreu, presidente de la Asociación Catalana de Adicciones Sociales, perdió hasta nueve millones de pesetas en las tragaperras. Hoy trabaja con nuevos ludópatas y alerta del peligroso aumento de jóvenes enganchados a las apuestas deportivas y el juego ‘online’
«La última vez que jugué fue hace 30 años. Me quedaba una moneda en el bolsillo. No entiendo por qué, porque nunca tenía dinero, todo me lo gastaba. Salí al balcón de mi casa y lancé la moneda al aire. Si sale cara, pido ayuda. Si sale cruz, me mato… Estaba harto. Y me habría tirado tan a gusto. Pesaba entonces 55 kilos y mido 1,80. Mi mujer me había abandonado, había perdido el trabajo y a mi familia. Había cometido delitos para poder seguir jugando. Era un completo caos. Y quería morirme… Pero lancé la moneda y salió cara. Es la última vez que he jugado y la única que he ganado».
-¿Desde cuándo es usted ex ludópata?
Lo que ha sido Francesc Perendreu es un crápula, un golfo que llegó a ganar medio millón de pesetas al mes trabajando como gigoló en la Barcelona de los 70 y que se gastó hasta nueve millones en las máquinas tragaperras. Que no se enganchó al bingo porque cuando abrían los salones a las cuatro de la tarde, a él ya no le quedaba un duro. Que empezó a jugar con 19 años y que durante otros nueve descendió a los infiernos esperando a que le salieran de una maldita vez los tres sietes en la misma fila, o los dichosos simbolitos del dólar. Y el caso es que nunca salían.
Lo que es hoy Francesc Perendreu es presidente de Acencas, la Asociación Catalana de Adicciones Sociales, y el único ex jugador que se sienta en la mesa del Consejo Asesor de Juego Responsable del Ministerio de Hacienda. Fundó la primera asociación de ludópatas de Cataluña y la segunda también. Hace 25 años, amplió su centro a lo que él llama «adicciones sociales», resumidas en la colección de libros que decoran su despacho, algo así como la bibliografía completa del vicio: manuales sobre la adicción al sexo, a las drogas, a la comida, al alcohol, a las compras por internet y, sobre todo, al juego, la última gran epidemia.
La primera vez juegas por el premio, pero pronto descubres algo mucho más importante que el dinero; que cuando juegas, no piensas
El mercado de los juegos de azar creció el año pasado un 25% en España. Aumentan las apuestas deportivas, que se han triplicado desde 2013, pero también el gasto en casinos y bingos, los torneos de póquer y las máquinas de toda la vida. Y se dispara, sobre todo, el sector del juego online. Sólo el año pasado se jugaron en nuestro país más de 17.349 millones de euros, un 30,5% más que en 2017, según el Informe anual de la Dirección General del Juego. En el primer semestre del año pasado, los jugadores gastaron más dinero en internet que en todo el año 2016.
Los ludópatas de hoy ya no se parecen a Francesc. «Yo era un jugador presencial. Tenía que ir al bar, tenía que mostrarme, me veían y yo veía cómo el dinero desaparecía de mis bolsillos. Ahora juegan a través de esto (y levanta el teléfono móvil como quien empuña un revólver en la puerta del banco). Hoy son invisibles, pueden jugar 24 horas al día, 365 días al año, y nadie les ve».
Hace 17 años, los psicólogos estadounidenses Robert Breen y Mark Zimmerman alertaron de que las máquinas tragaperras eran la «cocaína del juego». Hoy, los expertos aseguran que, en realidad, las tragaperras eran como el cannabis. La auténtica droga dura es el juego online. El peligro se ha multiplicado.
«Hoy juegan con dinero de plástico, no ven cómo se esfuman las monedas y encima creen que controlan», cuenta Francesc. «Apuestan y creen que ellos saben tanto de deporte que ganarán. Yo echaba una moneda y no controlaba nada. Hoy el riesgo es infinitamente mayor aunque el fondo siempre sea el mismo».
-¿Cuál es el fondo? ¿Por qué juega un ludópata?
-Por miedo a afrontar la vida, por miedo al fracaso. La primera vez juegas por el premio, pero pronto descubres algo mucho más importante que el dinero; que cuando juegas, no piensas.
En el gotelé de sus oficinas, ubicadas a pocos metros de la Sagrada Familia, cuelga un cuadro con una espiral negra como esas espirales que se prenden para repeler a los mosquitos. En uno de los extremos la espiral del cuadro se parte. «Justo aquí entro yo», dice. «Cuando la espiral se rompe».
A las seis de la tarde hay terapia de grupo en la sede de Acencas y uno se imagina una escena como las de las películas.
-Hola, me llamo Kevin y soy adicto.
-Hoooola, Keeeeevin.
-Te quereeemos, Keeeeevin.
A Kevin le llamaremos Sergi. O Carles. O Víctor. O Joan. (Los nombres sí son ficción). En esta película se sientan seis hombres en círculo, en sillas de oficina junto a un árbol artificial de Navidad que alguien se olvidó de recoger en enero. No hay donuts ni jarras de café. Sólo un paquete de chicles que va rulando. Todos son adictos al juego, salvo uno, adicto al alcohol y la cocaína. «El mecanismo es el mismo. Lo que engancha es la desconexión», insiste Francesc. «Nadie juega por el dinero, igual que nadie es alcohólico por el sabor del alcohol».
Durante cerca de una hora los seis hombres van compartiendo su tragedia particular interrumpiéndose unos a otros pero dibujando sin darse cuenta un único retrato de la ludopatía:
«Empiezas jugando por casualidad. Con el cambio, porque juegan tus amigos… Hasta que un día tienes la mala suerte de que te toca el premio gordo».
«Ese día te gastas 100 euros y te vas a casa con 400. Sales del bar con un subidón, pero antes de llegar a casa te lo gastas en los tres bares siguientes».
«El juego es como una amante. Cuando tienes problemas, juegas. Cuando estás feliz, juegas. Si estás tenso, juegas. Si estás desesperado, juegas».
«Llega un momento en el que ganar o perder te da igual. Incluso si ganas pronto, te enfadas porque lo que quieres es seguir jugando».
«Y al final lo pierdes todo. El trabajo, la familia, la dignidad. Lo pierdes todo por nada, por una fantasía de éxito».
«Entonces sólo quieres que se acabe. Piensas: ojalá me pillen. Pero no pides ayuda hasta que tocas fondo. Hasta que te pillan y alguien te obliga a venir».
«Nos creemos hombretones y no somos ni hombres de verdad. Cuando llegas a terapia es porque ya no te conoces ni a ti mismo».
Está el día que te gastas 1.800 euros en una hora. Cuando vuelan 50.000 en un día. Cuando te dan las 5 de la mañana delante del ordenador. El día que tu mujer creyó que tenías un hijo secreto o cuando en casa pensaban que te lo gastabas todo en putas. El día que compraste una thermomix y tu familia vio tal boquete en la cuenta que creyó que habías recaído otra vez.
-¿Cuál es el caso más dramático que ha conocido?
-Vino un hombre que se había apostado a su mujer.
Los seis pacientes de Francesc son hombres. Todos responden al perfil tipo. Un 87% de los jugadores en España son hombres, la mayoría (un 39,4%) varones de entre 26 y 35 años. Los que se engancharon a las tragaperras o al bingo son más mayores y de clase media baja. Los que juegan online tienen más dinero y son cada vez más jóvenes.
Rafa (le llamaremos Rafa) tiene 21 años y empezó a jugar cuando apenas era mayor de edad. Primero en una sala recreativa, después desde su teléfono. Se enganchó a un casino online y acabó apostando en cada jornada de Liga. Cuando sus padres le llevaron a hablar con Francesc, ya había perdido casi 15.000 euros.
«Si ganas, sientes que eres el mejor del mundo. ‘Lo he hecho, lo he conseguido yo solo’. Cuando pierdes, eres lo peor… Pero en un rato ya crees que podrás recuperarlo, que volverás a ser el mejor otra vez. Crees que un día sonará la campana y te harás rico», cuenta. «Hay gente que escucha música para evadirse o conduce rápido para sentir otras emociones. Yo sustituía el vacío de felicidad apostando».
El número de usuarios activos al juego por internet en 2017 (última referencia del Ministerio de Hacienda) era de casi 1,4 millones y el gasto medio, de 32 euros al mes, 7,39 a la semana. Las campañas de marketing y patrocinio se han triplicado en los últimos cinco años y en paralelo no deja de aumentar el número de casas de apuestas que abren en locales de toda España.
Ya hay más de 3.000 establecimientos. La fórmula siempre es similar. Abren en las zonas económicamente más deprimidas de cada ciudad. Las puertas están tintadas como las lunas del coche de un ministro y dentro no hay ventanas, así que uno acaba por perder la noción del tiempo. En el interior suele haber comida y bebida mucho más barata que en el bar de la esquina. Sándwiches y perritos a un euro, copas a cuatro euros. «Porque te gusta jugar a lo grande», dice un cartel en la puerta. «Porque en emoción siempre ganas». «Porque confías en ti».
Sólo en Madrid, el número de salones de juego se ha duplicado en los últimos cinco años y en los distritos más pobres el aumento alcanza el 500%.
El juego es como una amante. Cuando tienes problemas, juegas. Cuando estás feliz, juegas. Si estás tenso, juegas. Si estás desesperado, juegas
«Una máquina de juego en la calle, una cualquiera, es una empresa con cuatro socios», explica Francesc Perendreu como si fuera un profesor de escuela. «El primero es el dueño del local, que se lleva el 50%. El segundo, el operador de la máquina, que se lleva otro 50%. El tercer socio es la Administración, que chupa de todos. Y el cuarto ya sabéis quién es… El jugador es el único que llena, el que hace ganar a los otros pero nunca retira sus dividendos. Siempre los vuelve a poner para que los otros sigan ganando. Esto es el juego… Y el juego online funciona igual, pero sin el bar».
-¿Cómo se pone freno a esta escalada?
-Hay que regular el sector porque prohibirlo no sirve de nada. También hay adictos a la comida y no prohibimos los mercadonas. O adictos al sexo… Prohibir el juego sólo generaría un mercado negro más peligroso. En España hay campañas de prevención por el tabaco o el alcohol porque los costes sanitarios son altísimos. Pero, ¿qué coste tiene la ludopatía para la Administración? Si el principal empresario del juego en España es el Gobierno… Lo que hay que hacer es evitar que esto sea jauja y regular un negocio que cada día atrapa a más chavales. Nadie te puede decir ‘juega, juega, juega, gana, gana, gana’ porque es falso. No ganas.
Mientras llega esa regulación, cerca de 46.000 jugadores se han inscrito en el Registro General de Interdicciones de Acceso al Juego, el listado de adictos que solicitan voluntariamente que se les prohíba jugar. El año pasado las altas crecieron un 40%. El 53,9% de los nuevos inscritos tenía entre 18 y 35 años.
-Francesc, ¿ha vuelto a jugar alguna vez?
-Me compro un décimo de Lotería en Navidad y no me toca en la puta vida.
-¿Y ha tenido miedo de recaer?
-Ahora ya no. Pero sí lo he tenido. Cuando llevaba año y medio sin jugar, fui una noche a bailar con mi mujer. De repente sonó una conga y era la misma música de las máquinas a las que yo jugaba. Me giré de golpe. Me asusté tanto que decidí dar el paso para ayudar a los demás