El ocio en España: “Quedamos a tomar unas cañas y no a vernos”, “esta noche salimos de copas”. La doctora Carmen San Román, especializada en el tratamiento de adicciones del Centro Médico AUPA, tiene una visión muy crítica con la relación que tenemos los españoles con el alcohol. Y el consumo de esta sustancia, en ocasiones puede derivar en una dependencia, que acabe en adicción, un problema del que se sale con esfuerzo y ayuda profesional. ‘Crimen y castigo’ te cuenta cómo se desarrollan estos programas y cuánto duran.
Un adicto es aquella persona para la que “el alcohol va el primero en su escala de valores”, antes que sus amigos, su familia o su trabajo. Esta conducta no tarda en causarle serios problemas en su día a día: enfrentamientos con amigos, faltar al trabajo o bien beber en el puesto, accidentes de tráfico… Lo importante para la doctora San Román es que hablamos de un comportamiento concreto y no de una cantidad determinada, aunque pueda existir alguna correlación.
La sociedad se jacta de que “no se fía de los abstemios”
Las personas que terminan siendo adictas “empezaron a beber como todos nosotros, de adolescentes”. El perfil típico es el de “ese amigo que todos tenemos que siempre acaba borracho o bebe más de la cuenta”. Por eso, lo importante es desterrar la idea de que un adicto es “un tío raro” para que comprendamos que le puede pasar a cualquiera. Especialmente en una sociedad que se jacta de que “no se fía de los abstemios”, aquellos que no consumen alcohol porque no les gusta.
El tratamiento para un adicto al alcohol tiene dos elementos: la abstinencia y “la modificación de la manera de ser que lleva a la persona a consumir alcohol”. Esta última idea es clave, ya que si el paciente no cambia su manera de pensar, “se convierte en un abstinente”: una persona que no bebe porque sabe que es malo y se ve obligado a luchar contra sí mismo diariamente.
“No vale ponerle un vaso de agua mientras los demás toman alcohol”
En el 85 % de los casos, según la doctora, es suficiente con una terapia ambulatoria y el apoyo de ciertos fármacos que hagan más llevaderos los primeros días de abstinencia. Sin embargo, hay casos especialmente graves en los que se requiere ingresar al paciente. En cuanto a la duración, la horquilla que establecen en el centro AUPA, en el que trabaja San Román, es de seis a doce meses, “aunque hay pacientes que en tres meses son la noche y el día”.
Un adicto rehabilitado “no va a querer probar una gota de alcohol en su vida” porque entiende que no lo necesita y es muy consciente del daño que le ha hecho. No obstante, “es importante hacer entender a los familiares la enfermedad que tiene” la persona, porque “no vale ponerle un vaso de agua mientras los demás toman alcohol”.