Una de cada tres personas atendidas por la UNAD en 2016 era mujer. Tenían entre 26 y 44 años, con educación primaria o sin estudios, en desempleo y con menores a su cargo. Cuando las mujeres asumen su adicción se encuentran con un sistema de recuperación que no tiene en cuenta sus peculiaridades, como el consumo o que un 80% de ellas es víctima de violencia de género.
Cuando se habla de adicciones, el género cuenta, y mucho. En primer lugar porque las sustancias son diferentes. Las mujeres consumen más ansiolíticos o alcohol, además de encabezar las adicciones sin sustancia, como el teléfono móvil, el juego, Internet o las compras. Entre las primeras hay un 54% de mujeres en paro, además de que gran parte de ellas son víctimas de violencia de género, aunque lo han normalizado y no lo asumen.
Cuando dan el paso y son conscientes de su adicción, ven que el sistema de atención y reparación no está pensado para ellas, desde los horarios de las sesiones hasta no poder compartir sus testimonios en un entorno de seguridad y tranquilidad. La UNAD (Unión de Asociaciones y Entidades de Atención al Drogodependiente) lleva años detectando estas diferencias en varios informes.
Hablamos con dos especialistas en género y adicciones para ver cinco puntos clave. Saber cuáles son las debilidades y los cambios que deben producirse para que estas mujeres sean reconocidas y no invisibles ante el sistema.
1. Las adicciones de la mujer son diferentes
Las adicciones en la mujer son diferentes a la de los hombres en todo: en cuanto al número, a las sustancias consumidas, a las razones, el cómo y cuándo se empieza a consumir y las consecuencias.
“Hablar de que las mujeres tenemos menos problemas de adicciones, no es una casualidad. Viene condicionado por la educación diferente que hemos recibido hombres y mujeres. El hecho de consumir sustancias y, aún peor, cuando se desarrolla una adicción, es contrario a lo que se espera de una mujer, ya que esto rompe con los estereotipos y mandatos de género de lo que es “ser una buena mujer”, explica Belén López, psicóloga de la Federación Enlace.
Para Gemma Altell, psicóloga social de la Comisión de Género de UNAD, “la percepción y censura social hacia las mujeres consumidoras de drogas es muy superior que con los hombres. En el rol tradicional de las mujeres está mucho más penalizado el consumo y ello impacta en muchos aspectos”.
El alcohol, el tabaco o los psicofármacos son las principales sustancias legales más consumidas por las mujeres porque es fácil conseguirlas y, por ello mismo, no se ve como un factor de riesgo de adicción. “Las mujeres tienden más a elegir drogas legales por ser menos censuradas socialmente. Es importante insistir en el hecho que esa elección tiene que ver con el papel que nos asigna la sociedad y no con una elección «natural” -insiste Altell-. Del mismo modo, tardan mucho más en llegar a tratamiento por la mayor vergüenza que les supone reconocer una adicción si es el caso”.
Los psicofármacos son un punto clave en sus adicciones porque son “sustancias que les ayudan a sobrellevar las circunstancias de su vida diaria, favoreciendo este consumo que la mujer permanezca paralizada ante su situación vital”, argumenta la psicóloga de Federación Enlace.
Cuando estas mujeres llegan a terapia, sus responsables descubren en sus testimonios las razones por las que comenzaron: desde consumos puntuales o experimentales, hasta que sus compañeros sentimentales ya eran consumidores o eran una vía de escape ante diferentes formas de violencia que recibían.
“Las consecuencias sociales que sufren las mujeres con adicciones son doblemente penalizadoras, haciéndolas culpables de su situación y de abandonar los roles que la construcción social del género asigna a la mujer -matiza López-. Esto también tiene como consecuencia que una mujer adicta se enfrenta a su tratamiento de las drogodependencias con muchos menos apoyos familiares, en comparación con los hombres”.
2. Ellas y las adicciones sin sustancia: móvil, redes y autoestima
También están las adicciones sin sustancia. El número de mujeres con problemas de adicciones sin sustancias es menor que el de los hombres, sobre todo en lo que se refiere a juegos de azar y a apuestas online, pero sí que hay un punto clave: la adicción al móvil.
“Esta adicción representa, en mucho de los casos, la forma de mantener su relación con el mundo. Una vez más podemos afirmar que esto es debido a los mandatos de género. Como mujer se nos enseña a ser en función de las relaciones que se establecen con otras personas, el móvil les facilita a estar en contacto con otras personas y pueden también a través del uso del móvil, desempeñar el papel de cuidadoras. Todo esto lo proporcionan las herramientas que nos ofrecen los móviles, a través de chats, redes sociales…”, argumenta López.
La misma opinión traslada Altell, tras su experiencia en el ámbito educativo, donde ve cómo los jóvenes se enganchan a distintos dispositivos. “Ellas suelen ser más adictas a las redes sociales y a buscar el reconocimiento en estos espacios y ellos a las consolas y juegos online, generalmente muy violentos. No deja de ser una expresión más de la socialización de género diferencial que recibimos. La búsqueda de reconocimiento externo es un clásico en las mujeres, en tanto en cuanto aprendemos que nuestra autoestima se construye en base al reconocimiento exterior. Especialmente por nuestro físico”.
Con la experiencia que viven día a día, estos equipos de atención sí han descubierto relación entre los problemas de salud mental y drogodependencias “Las mujeres con problemas de adicciones suelen presentar problemas de ansiedad, depresión, insomnio, síndrome de estrés postraumático, trastorno de la alimentación, etc…”, explica López, como contexto.
Pero también tiene consecuencias profundas en su día a día, desde diversas perspectivas, como subraya Altell: “Si hablamos del aspecto laboral, les es mucho más difícil encontrar trabajo por esa mayor censura social, y también por recibir menos ayuda de su entorno que los hombres. Otro aspecto importante es el rol de cuidadora que se nos supone a las mujeres. Siempre se espera de ellas, aunque tengan problemas, que deben atender a sus hijos/as, expectativa que no se pone en los hombres. Evidentemente las peores situaciones ya las encontramos en la doble o triple estigmatización, cuando además son mujeres presas o no responden al rol esperado por otros motivos”.
3. Los programas no están pensados para las mujeres
Las mujeres, cuando llegan a los centros para recibir el tratamiento, reconocen más sus adicciones y tienen mejor predisposición, pero también existe un mayor abandono de los recursos y tratamientos porque no están adaptados a su realidad.
“En el caso de las comunidades terapéuticas, las mujeres presentan una mayor dificultad de mantenerse porque uno de los requisitos es estar alrededor de un mes sin tener ningún tipo de contacto con sus familiares. Este requisito está diseñado desde la intervención con hombres y no se tiene en cuenta cómo esto afecta de manera diferente a las mujeres”, argumenta López. Según esta especialista, la puesta en marcha de los recursos de atención se realizó desde un modelo androcéntrico, donde los programas de tratamiento estaban dirigidos a los hombres.
Gemma Altell también señala aspectos como los horarios de estos recursos: “Los tratamientos, tanto ambulatorios como residenciales, deben tener en cuenta en su diseño las necesidades de cuidado a terceros que a menudo tienen las mujeres que acuden y, en ese sentido, proporcionar horarios, y espacios que permitan compatibilizar”.
Desde la Federación Enlace y la red UNAD contemplan la necesidad de que los y las profesionales que atienden a estas afectadas deben estar formados en género, pero también con una mayor intervención en los hombres y sus peculiaridades. “Es necesaria una adaptación de los horarios y de los espacios. No hay espacios de seguridad para las mujeres, se hace imprescindible contar con tratamientos diferenciados y no mixtos. La estigmatización de los recursos de drogas hace que las mujeres tiendan a ir más a los centros de salud y no a los recursos de drogodependencias”, explica López.
“Otra cuestión clave sería generar espacios individuales y grupales que generen el suficiente clima de confianza como para que puedan hablar de las violencias recibidas, su sexualidad o las dificultades en la crianza de los hijos e hijas sin ser juzgadas por ser mujeres y drogodependientes”, incide Altell.
Precisamente, López subraya el factor de las mujeres que tienen menores a su cargo y señala, sobre todo, a aquellas que tienen una mayor dependencia económica, motivado también por la brecha salarial y otras circunstancias.
4. La mayoría de afectadas son víctimas de violencia de género
Según datos de la UNAD, el 80% de las mujeres que acuden a sus centros para pedir ayuda son víctimas de violencia de género, bien por parte de sus parejas pero también por sus familiares. “Y podríamos hablar del 100% si nos referimos a la violencia ejercida por la sociedad, por las instituciones y recursos, que al no estar adaptados a la realidad de las mujeres, normalizando esta violencia y, en muchos casos, culpabilizándolas”, detalla López.
Justo la base de muchas adicciones está en cualquier violencia que actúa como desencadenante como, por ejemplo, mujeres que sufrieron agresiones sexuales. “Encontramos mujeres que empiezan a consumir para sobrellevar la situación de violencia y mujeres que consumen, y ello las coloca en una posición de mayor vulnerabilidad. Tienen una baja autoestima por creer que merecen esa violencias, debido al consumo o la dependencia-explica Altell-. Es cierto que, a menudo, ambos miembros de la pareja consumen, pero si la pareja es un hombre, su consumo nunca está tan penalizado e, igualmente se produce el desequilibrio de poder. Además es mucho más difícil que ella denuncie por temer consecuencias, como puede ser la retirada de los hijos o hijas”.
Todo esto pone en evidencia la necesidad de formación específica en género por los profesionales para poder detectar la violencia de género en los casos en los que se esté dando y poder intervenir de forma adecuada, lo antes posible.
5. Drogas: agravante para la mujer, atenuante para los hombres
Consumir sustancias o tener una adicción tiene consecuencias sociales diferentes para hombres y mujeres, según la psicóloga de Federación Enlace. Varios estudios lo respaldan. Para López, “existe una tendencia social a situar la responsabilidad de las agresiones sexuales en el consumo previo de sustancias como si esto fuese el detonante de la violencia y no el sexismo en la cultura de hombres y mujeres”.
El consumo de drogas se considera un agravante de la culpa de la víctima, pero no del agresor. “A las mujeres se les culpabiliza por el hecho de haber consumido cuando se da una agresión, y al hombre se le justifica con la excusa de que bajo el efecto de la sustancia no se puede controlar”, incide Torres.
“Este tema ha jugado un papel en el caso de la Manada: el hecho de salir de noche y beber ha jugado un papel punitivo para ella, con comentarios como qué hace una chica de 18 años sola y borracha en medio de los Sanfermines, o qué tipo de chica tiene que ser. Sin embargo, para ellos, ha jugado un poco el papel de que no sabían bien lo que hacían porque quizás iban borrachos, como se suele escuchar. Con esto, ellas llegan más tarde al tratamiento, por esta dificultad de reconocimiento y el estigma”, subraya Altell. Por eso, desde la UNAD y sus asociaciones, piden hacer campañas de prevención, sensibilización y denuncia que pongan el foco en los agresores y no en las personas agredidas.