Adolescentes y móvil: cuándo hay que diferenciar entre la adicción o el trastorno obsesivo-compulsivo

Conclusiones de la jornada «Educar para la libertad en el siglo XXI: Los riesgos de las oportunidades de nuestro tiempo. Adicciones y afrontamiento»

 

Los colegios tienen que ser conscientes de las adicciones a las sustancias, al juego o a la tecnología de los jóvenes y no mirar para otro lado, según los educadores, que advierten, sin embargo, de que no se debe expulsar a los alumnos cuando se produzcan estas situaciones para no estigmatizarlos.

Estos son algunos de los problemas que los expertos han debatido en una jornada desarrollada bajo el lema de «Educar para la libertad en el siglo XXI: Los riesgos de las oportunidades de nuestro tiempo. Adicciones y afrontamiento», en la que se ha analizado también la diferencia entre «adicción y sobreuso».

Una distinción necesaria, según José Luis Sancho, psicólogo y ponente del encuentro, que ha advertido a Efe de que «estamos en una sociedad que psicopatologiza absolutamente todo: tenemos el síndrome posvacacional o el de domingo por la tarde. Estamos metiendo la vida cotidiana en el paquete de patologías y convirtiendo en adiciones situaciones que son otra cosa».

En este sentido, el también responsable del programa RECURRA-GINSO, para ayudar a las familias con situaciones de convivencia complicada, alerta de que hay que precisar «si hay una adición como tal o esta es un síntoma de otra cosa, como una depresión o un trastorno obsesivo-compulsivo» para poder atajar el problema.

Adicciones que han variado en los últimos años, especialmente las relacionadas con las tecnologías y con el juego, según el director del Colegio Areteia, Luis García Carretero, que detalla que hay una mayor accesibilidad a ciertas drogas y en el consumo de alcohol se ha pasado al «emborrachamiento rápido inmediato».

Ante esta situación, García cree que los colegios tienen que ser conscientes de que «estas situaciones se producen, no mirar para otro lado cuando suceden y, sobre todo, no optar por la expulsión de los chicos ante ellas».

«Consideramos que es positiva la sanción constructiva, pero siempre que no estigmatice a un muchacho», asegura García, que insiste en que «sacar al alumno del centro debe de ser el último recurso», cuando lo que hay que hacer es «ponerle en manos de especialistas que trabajen de forma conjunta con el colegio».

Así se da al joven «la seguridad y las referencias que necesita», mientras que, «si lo significamos marcándolo o dejándolo fuera, lo que hacemos es acercarlo a ese contexto de riesgo», insiste el educador.

Para prevenir, José Luis Sancho opina que los adultos deben «predicar con el ejemplo» y enseñar a los jóvenes a hacer un buen uso de las tecnologías «ayudándolos a integrar su «yo ‘off line’, la realidad, y el ‘on line». Y advierte de que «el crio que no tiene habilidades para relacionarse en la vida real no va a conseguir a través de las redes sociales aquello que ansía».

Critica a los que se benefician de las adicciones y asegura que, como sociedad, en el caso de las apuestas «on line» «nos hemos pegado un tiro en el pie al liberalizar todo tipo de juegos en crisis, ante la reducción de ingresos de los Estados».

«No se ha tenido en cuenta que la facilidad en el acceso de los jóvenes a internet genera posibles ludópatas que van a crear más problemas que los beneficios económicos que se sacan con esto», subraya Sancho, mientras advierte de que aún se desconocen las repercusiones sociales, económicas, familiares y personales de estas adicciones de los jóvenes al juego.

Sancho, que recuerda que el cerebro no termina de madurar hasta alrededor de los 25 años, es partidario de que las casas de apuestas pongan vigilantes jurados en las puertas para controlar el acceso de los menores y asegura que estos necesitan «de un mundo adulto que los ayude a generar normas y límites».

Las adicciones, una conducta mayoritariamente masculina (85 % de hombres, frente al 15 % de mujeres) originada por la búsqueda de sensaciones y la falta de control de impulsos, siguen siendo un estigma, que en el caso de las mujeres se duplica, según Sancho.

Insiste en que toda la sociedad ha de colaborar para evitar que los menores se malogren y pide que «no se relativice nada ni con las sustancias ni con las apuestas, cuyo consumo y uso comienza a edades muy tempranas de entre los 12 y los 14 años».

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